Corazón de Acero: Smallville


Capítulo 1: Confundió su destino

Era una de aquellas épocas calurosas y soleadas en Smallville, la época ideal para unos, pero un fastidio monótono y constantemente agotador para otros. Clark caminaba junto a Pitt y Cloe, encorvado para igualar la altura de sus amigos y tratar de mezclarse entre ellos, como un escudo protector contra la sociedad.

—¿Para qué quieren inscribirse al equipo de fútbol? Ninguno es un atleta destacado—cuestionó Cloe.

—No queremos terminar como el espantapájaros del año en medio del sembradío—dijo Pitt, releyendo la solicitud de ingreso al equipo— A los únicos que no les hacen eso son a los miembros del equipo, estaremos a salvo si estamos adentro ¿O no, Clark?

Clark suspiró.

—Sí, porque pasar de marginado a estrella del equipo es tan fácil como… —su voz se desvaneció.

La había visto.

Lana Lang cruzaba el patio, como una aparición, ante todo por su cabello oscuro como la noche constrastando al sol. Esa luz solar atrapaba el brillo del collar verde que colgaba de su cuello —una piedra resplandeciente, tan hipnótica que dolía verla. Literalmente.

Clark sintió un mareo súbito. La vista se le nubló por un segundo y, antes de que pudiera hacer algo, tropezó torpemente con una raíz que no existía. Sus libros salieron volando. Él también.

—¡Clark! —exclamó Lana, agachándose para ayudarlo—. ¿Estás bien?

Él parpadeó, aturdido. El collar seguía brillando, casi vibrando contra su pecho. Sentía la garganta cerrada, como si se ahogara en silencio.

—S-sí, solo… luz del sol, creo —tartamudeo, evitando mirarla directo a los ojos.

Ella le sonrió. Hermosa. Misteriosa. Peligrosamente amable. Pero el momento se rompió cuando apareció Whitney, el novio de Lana. El típico jugador alfa con sonrisa de anuncio y puños rápidos.

—¿Todo bien por aquí? —dijo, besando a Lana sin disimulo. Luego, recogió uno de los libros de Clark y se lo tendió—. Ten, Kent. Trata de mirar por dónde vas la próxima vez.

Clark forzó una sonrisa. Quiso agradecerle. Pero lo que salió fue un silencio espeso que se lo tragó todo. Aún sentía un sudor frío recorrerle las venas, al menos hasta que Lana y Whitney se alejaron.

La tarde cayó como una cortina de plomo sobre Smallville. Clark salía de la escuela, solo, con las manos en los bolsillos y el mundo sobre los hombros. Se detuvo en el borde del puente del río Crater, respirando hondo. El agua se movía abajo y esa tranquilidad tentadora, le parecía lo más agradable de su día. Estar en su propio espacio, un  búnker, una fortaleza, él solo y nada más.

Entonces lo vio: un coche negro venía a toda velocidad, fuera de control.

Demasiado tarde.

El auto lo golpeó de lleno. Ambos —vehículo y adolescente— salieron disparados. Clark atravesó el barandal y cayó al agua, seguido por el auto, que se hundía como una bestia metálica.

Pero Clark emergió sin un rasguño.

Confuso, jadeando, nadó hasta el vehículo mientras se hundía, no lo pensó dos veces y arrancó el techo como se arranca una bandita de la piel. Y tomó,  prácticamente con los dedos al muchacho inconciente en el asiento del conductor. Lo arrastró hasta la orilla. 

El muchacho no reaccionaba, uso su visión para entender que había agua en sus pulmones y tuvo que darle respiración boca a boca sin pensarlo. Aplicando al mismo tiempo RCP, algo que su madre le había insistido en aprender, aunque en una de sus prácticas le había roto una costilla a su padre, pero eso le enseño a medir su fuerza.

El chico escupió agua, tosiendo con violencia. Sus ojos se abrieron, intensos y perdidos. Se enfocaron en Clark.

—Te arrollé con el auto… —susurró, como si tratara de comprender la física imposible del momento.

Clark se quedó en silencio un segundo antes de responder:

—Si lo hubieras hecho… estaría muerto.

Ambos se miraron unos segundos para entender lo sucedido, pero era difícil de procesar. El tipo—elegante, empapado y de mirada quemante— sonrió débilmente.

—Muchas gracias por salvarme.

Minutos después de que llegara una ambulancia, un camión se detuvo en seco. Jonathan Kent bajó como una tormenta y empujó a Clark con firmeza hacia atrás, lejos de Lex.

—¿Estás bien? ¿Qué pasó?

Clark trató de explicarlo. Su padre no escuchaba. Solo miraba al extraño del traje mojado como si fuera una amenaza.

—Me salvó la vida, señor. Quisiera agradecer... —pero antes de que pudiera formular bien su agradecimiento, Jonathan Kent rodeo a su hijo con los brazos y lo sacó inmediatamente de esa escena.

A la mañana siguiente, Clark se encontró con una sorpresa justo en el frente de su casa. Una camioneta nueva. Reluciente. Perfecta.

—¿De quién es? —preguntó, incrédulo, mientras se iba colocando la camisa porque había bajado lo más rápido de su habitación.

—Lex Luthor la envió —dijo Martha Kent, mientras arrancaba maleza del jardín—. Dijo que es lo mínimo por salvarle la vida—se notó algo de sarcasmo en su voz, pero Clark lo ignoró —Pero tu padre se quedó con las llaves.

Clark no respondió. Corrió directo al granero.

Allí, Jonathan cortaba madera con la vieja sierra eléctrica. Ni siquiera levantó la vista cuando Clark entró.

Recuperó un poco el aire antes de formular lo que le diría a su padre y dijo:

—Entenderé si no quieres que me la quede —dijo tímidamente —Pero nos sería muy útil, si quieres puedes quedartela tú y yo conduciré la vieja.

—No, Clark. La vamos a devolver. No puedes andar por la vida recibiendo cosas solo porque te resulta fácil —respondió su padre.

Clark apretó los puños. Se acercó. La rabia, el cansancio, la incomprensión se le arremolinaban en el pecho. Entonces, sin avisar, metió la mano en el camino de la sierra.

Jonathan gritó, cortó el motor y lo empujó hacia atrás.

—¡¿Qué rayos haces?! —jadeó.

—¿A esto llamas fácil? —dijo Clark, mostrando la mano intacta—. No puedo dañarme. Y no entiendo cómo es posible. 

—Tú no, pero mi sierra sí— dice y en lugar de examinar el brazo de su hijo examina las cuchillas abolladas de la sierra— Vas a tener que afilarlas de nuevo, eh

Clark sonrió un poco, por el curioso humor de su padre, pero retomó el tema: —No ha sido fácil crecer con tan poco conocimiento sobre mí mismo y aprender a la marcha cuando el resto del mundo sí parece tener bases para entenderse.

—Clark... —su padre siempre le tenía una respuesta, o al menos hacia lo posible por tenerla, pero esa vez no supo qué decir.

Clark lo miró, dolido. Caminó hacia las escaleras y subió a su cuarto. No dijo nada. Pero su silencio pesaba más que cualquier palabra.

Cerró la puerta tras él. Y sintió como el mundo se le iba encima, sentía un peso que ni con toda su fuerza inhumana podría cargar. Se sentía diferente y asustado por aquello que no entendía.

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