La carpa de circo


Desde el exterior se ve una lona de franjas rojas y blancas, con estandartes deshilachados que narran historias de años de espectáculos y secretos guardados. Bajo su techo de tela, el aire huele a aserrín, a pólvora de fuegos artificiales y al dulce aroma del algodón de azúcar.

El escenario es circular, iluminado por hileras de focos antiguos, y en los camerinos tras bambalinas, la atmósfera cambia: el glamour se desvanece en el murmullo de los ensayos, los trajes remendados y los espejos empañados por la ansiedad antes de cada función.



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