Corazón de acero: Smallville
Capítulo 2: Fortaleza de la soledad
Cuando el enojo se desvaneció, Clark solo sintió cansancio. No de cuerpo, sino de alma. Bajó las escaleras sin apuro, la mirada aún pesada por la discusión con su padre. No quería pelear. Solo entenderse.
Al llegar al recibidor, la vio sobre la mesa: la llave de la camioneta nueva. Aún con la etiqueta colgando. Brillaba bajo la luz como una invitación o una tentación.
Clark la tomó con un suspiro. No era justo aceptarla. Tampoco era justo rechazarla sin al menos decirlo en persona.
Subió a la camioneta, encendió el motor y condujo hacia la mansión Luthor, sin saber muy bien qué quería decir... pero con la necesidad de hacerlo.
El portón se abrió con lentitud metálica, como si también dudara en dejarlo pasar. Al llegar al frente, la casa se erguía imponente, antigua... y sin embargo, no viva. Más que majestuosa, parecía olvidada.
No era como un museo bien cuidado. Era como si el tiempo hubiera pasado sin que nadie lo notara. Sábanas cubrían los muebles. Las cortinas estaban corridas. Pero no había polvo. Ni un solo rastro. Como si alguien se hubiera empeñado en preservar el abandono con esmero quirúrgico.
Clark bajó, dio un par de golpes a la puerta.
—¿Hola? ¿Señor Luthor? —esperó.
Nada.
Golpeó de nuevo. Nada.
La puerta estaba entreabierta. Dudó un segundo. Luego empujó suavemente y entró.
—¿Lex? ¿Hay alguien aquí?
Avanzó con cautela por el recibidor. Su voz se perdía entre las columnas y el eco, pero algo más se escuchaba a lo lejos… una serie de pasos rápidos, golpes secos, el sonido metálico de una espada chocando con otra.
Y entonces lo vio.
Dos esgrimistas atravesaban de una habitación a otra, envueltos en una danza agresiva y elegante. El choque de sus armas reverberaba en las paredes. Uno de ellos dio un giro rápido, y la punta de su espada tocó el torso del otro.
—Touché —declaró una voz femenina con tono de victoria.
Lex Luthor se quitó la máscara con rabia y lanzó su espada contra la pared. La hoja se incrustó con un clack seco… a unos centímetros del rostro de Clark.
—¡Clark! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?
Clark alzó una ceja, sin moverse del lugar.
—Atravese de los barrotes —se burló.
Lex bufó una risa nasal y caminó hacia él, quitándose los guantes.
—¿Te gustó tu regalo?
Clark dudó.
—Ah... Sí. Bueno, no. O sea, lo agradezco mucho, de verdad… pero vine a devolverla.
Lex arqueó una ceja.
—¿No te gustó el color? Supuse que el rojo te quedaría bien. ¿O la quieres en azul?
—No es eso. Mi padre cree que es demasiado y...
—Y no quiere nada que ver con un Luthor —terminó Lex sin sorprenderse—. Lo entiendo. Yo tampoco querría.
Hubo un silencio. Clark lo observó. La forma en que el rostro de Lex se ensombreció por un segundo. No por orgullo herido, sino por algo más profundo. Tristeza, tal vez.
Clark quiso aliviar el momento.
—Creo que fue un lindo gesto de tu parte. Que quisieras darme un regalo de agradecimiento… eso dice mucho de ti.
Lex lo miró. En sus ojos brilló algo difícil de nombrar: sorpresa, tal vez ternura.
—Gracias —dijo con una sonrisa sincera, por primera vez desarmada—. Supongo que entonces me quedaré con una deuda pendiente.
Clark asintió.
—Una que no necesito que pagues.
Lex bajó la mirada, pero su sonrisa seguía ahí, apenas visible.
—No todos los días conozco a alguien como tú, Clark Kent.
Esa noche, el mundo parecía más tranquilo. Clark se acomodó frente al telescopio que tenía desde niño, el que su madre le obsequió cuando aún creía que las estrellas podían explicarlo todo.
Miró al cielo. Las constelaciones titilaban como secretos cósmicos, lejanas pero constantes.
¿Cuántos misterios guardaba el universo? A veces sentía que el cielo sabía cosas que él no. Que había una lógica allá afuera que él no podía alcanzar.
Pensó en el cuerpo humano. En el cerebro. En cómo todos percibían el mundo desde rincones distintos. Nadie vivía la realidad igual. No había una sola verdad. Había miles. Y cada una parecía válida desde los ojos que la veían.
¿Dónde estaba la suya? ¿Quién era él? ¿Qué significaba ser diferente, si ni siquiera podía entenderse a sí mismo?
Se quedó así, contemplando el cielo, mientras el viento susurraba entre las paredes del granero. Su pensamientos estaban siendo invadidos por Lex y aquella gigante mansión, fría y desolada. Era una sensación de soledad invisible que en ese momento parecían compartir.
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